
Delmira Agustini / (Montevideo, 1886-1914) es una de las poetas más representativas de la poesía hispanoamericana del siglo xx. Admirada por su talento y por la sensualidad de sus versos, la prematura y trágica muerte que hace de ella toda una leyenda, no impidió que se publicaran tres poemarios que llamaron la atención de sus contemporáneos y que desconcertaron a la sociedad uruguaya de su tiempo. Elogiada por Rubén Darío -que escribió el «Pórtico» de su libro Los cálices vacíos-, y por otros intelectuales del momento, la retórica modernista en ella va dejando paso a una nueva visión del lenguaje erótico, la del deseo femenino, que chocó con los códigos tradicionales de su entorno y que fue creando una escuela entre las voces femeninas que retoman su legado.
1886/ Delmira Agustini nace el 24 de octubre en Montevideo. Hija de Santiago Agustini, de nacionalidad uruguaya, y María Murtfeldt, originaria de Argentina. Desde ese momento sus padres se desviven por ella y la llaman «la Nena», sobrenombre que continuarán usando siempre para referirse a su hija.
1891/ A los cinco años ya sabía leer y escribir correctamente, a los diez componía versos y ejecutaba en el piano difíciles partituras. Sus cualidades artísticas fueron valoradas y apreciadas por sus padres, a quienes se les ha atribuido repetidamente una excesiva protección. Como era usual en la época entre las clases altas, sus padres se encargaron de su educación: clases privadas de francés, piano, pintura, dibujo. El contacto con otros niños de su edad fue escaso, algo que alimentó su gusto por la soledad y la introspección. Desde su infancia, mantiene una relación de amistad muy estrecha con André de Badet, compañero en sus clases de pintura.
1902-1906/ A la edad de dieciséis años, empieza a publicar sus primeros poemas en la revista La Alborada. También lo hace en otras revistas literarias, como Apolo y Rojo y Blanco. Es en estos poemas donde se identifica su estilo modernista más extremo, muy cercano al de Rubén Darío en Azul o Prosas profanas; allí están presentes el exotismo, el cosmopolitismo, el preciosismo y un afán por la rima musical. Asimismo, estos primeros poemas todavía están acentuados por una temática convencional donde sobresale un fuerte idealismo; precisamente porque es una joven adolescente, prefiere escribir sobre ilusiones y sueños. En 1903, La Alborada la invita a colaborar en una sección que ella titula «La legión etérea» y que firma con el pseudónimo de Joujou. En esta sección, escribe retratos de mujeres de sociedad que sobresalen ya sea en lo cultural o lo social. Durante sus años de adolescencia, Delmira prefiere la cómoda soledad de su habitación a las reuniones sociales. Su mayor interés sigue siendo la poesía, y su tiempo libre lo dedica a pasear con sus padres, quienes la suelen acompañar a dar largas caminatas por el parque.
1907/ Publica su primer poemario, El libro blanco (Frágil), con prólogo de Manuel Medina de Betancourt. A partir de entonces empieza a establecer amistad con algunas de las figuras intelectuales más sobresalientes de la época, casi todas mayores que ella: el ya mencionado, Manuel Medina Betancourt, Alberto Zum Felde, Roberto de las Carreras, Juan Zorrilla de San Martín, Carlos Vaz Ferreira, Julio Herrera y Reissig, Samuel Blixen (editor del semanario cultural Rojo y Blanco), entre otros. La correspondencia que establece con algunos de ellos se caracteriza por la hiperbólica admiración --propia de la retórica modernista- con que es elogiada tanto su poesía como su persona.
1908/ Comienza un noviazgo con Enrique Job Reyes a escondidas -ya que la madre no aprueba esta relación-, uno que al principio se limita al contacto epistolar y que llegará a durar cinco años. Reyes provenía de una familia acomodada de la provincia de La Florida y estaba involucrado en el negocio de la compra y venta de caballos. Nunca apreció el talento poético de Delmira y más bien lo consideraba algo molesto.
1910/ Publica Cantos de la mañana, prologado por el escritor uruguayo Manuel Pérez y Curis. Para entonces es una poeta célebre y su prestigio es sobresaliente, tanto que en su casa es visitada por varios escritores atraídos por su talento. Asimismo, recibe una elogiosa carta del reconocido intelectual argentino, Manuel Ugarte; es el primer contacto de Delmira con quien, un par de años después, establecerá una ardiente correspondencia.
1912/ Conoce a Rubén Darío durante una de sus visitas a Montevideo e inician una amistad cordial que se expresa en un intercambio de cartas. En esta visita a la capital uruguaya, a Darío lo acompaña su amigo Manuel Ugarte; es entonces cuando Delmira y el argentino, once años mayor que ella, se conocen personalmente. Las visitas de éste a la poeta se hacen más frecuentes con el tiempo.
1913/ En febrero publica su tercer libro de poemas, Los cálices vacíos. El libro abre con un «Pórtico» de Rubén Darío alabando su poesía: De todas cuantas mujeres hoy escriben verso ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini, por su alma sin velos y su corazón de flor.. Este poemario, más abiertamente erótico que los anteriores, levanta murmuraciones entre los miembros de la sociedad burguesa montevideana. Seis meses después, el 14 de agosto, Delmira y Reyes finalmente se casan. Sin embargo, para entonces, la poeta ya siente una fuerte pasión amorosa por Manuel Ugarte, quien es testigo de la boda. Si a lo anterior se le agrega el hecho de que Reyes no comprendía su vocación literaria, no es de extrañar que, un mes y medio después del casamiento, Delmira lo abandonara y se refugiara en la casa de sus padres. El 13 de noviembre interpone una demanda de divorcio alegando hechos graves que imposibilitan cualquier reconciliación con su marido. También se refiere a amenazas sufridas posteriormente a la separación. Casi al mismo tiempo, empieza a cartearse intensamente con Ugarte.
1914/ Estando el divorcio en pleno trámite, Delmira visita clandestinamente a su todavía marido en las habitaciones que este alquila en un edificio de la calle Andes, 1206. El divorcio se falla el 22 de junio. Ella vuelve a visitarlo el 6 de julio, fecha en que Reyes le dispara dos tiros a la cabeza, y a continuación se suicida. De acuerdo a cartas escritas a un amigo y a su madre, Reyes llevaba meses contemplando el suicidio. Cualquiera que sea la interpretación de la tragedia, lo cierto es que Reyes amaba de forma enfermiza a Delmira y, quizás celoso de un posible rival, la asesinó dominado por un sentimiento de inferioridad.
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